Monserrat Hernández/Grupo Marmor
De acuerdo a la leyenda, el origen de los nacimientos o pesebres se remonta a la época de Giovanni Bernardone, mejor conocido como San Francisco de Asís, quien fue el primero en instalar un pesebre viviente para ejemplificar el nacimiento de Jesús en la Navidad de 1223, en el pueblo de Greccio, Italia.
Por lo anterior, un artículo publicado en el portal oficial de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), menciona que San Francisco de Asís, ilustre por ser santo de la humildad y la pobreza, pidió a sus hermanos y al pueblo de Greccio congregarse para recordad la Navidad.
Además, en su anhelo por vivir algo real y que las personas pudieran acompañarlo, decidió reunir en un pequeño establo una mula, un buey, ovejas y otros animales. A su vez, se sumaron participantes para representar el papel de María, José, los pastores, entre otros.
“Y es así como, a través del primer pesebre, la gente pudo ver el significado del nacimiento. Pese a ser el rey del universo, Jesús fue enviado a la Tierra a nacer en completa humildad rodeado de la gente más pobre, pero grande en espíritu. Ese era el mensaje que San Francisco de Asís intentó trasmitir”, señala en dicho artículo Mónica Sáenz, coordinadora de la maestría en Teología en la PUCE.
Posteriormente, la representación del nacimiento de Jesús se fue completando con la estrella, las imágenes de ángeles y más animales. La tradición se extendió por toda Europa y de ahí al resto del mundo.
Si nos remitimos al presente, nuestro país participa de manera activa en la elaboración de figuras que acompañan al pesebre, como ejemplo tenemos los angelitos de Tzintzuntzan, Michoacán; las figuras de barro de Metepec, Estado de México, o de Ameyaltepec y Tolimán, en Guerrero; o los nacimientos en miniatura y policromados de Tlaquepaque, Jalisco.