Eduardo Ávila/Grupo Marmor
La mañana del jueves 19 de septiembre de 1985 cuando el reloj marcaba las 7:19 de la mañana, la Ciudad de México vivió un sismo que quedó marcado en la historia, el cual ocasionó el derrumbe de casas y edificios haciendo que la zona centro de la ciudad quedará con densas nubes de polvo y humo.
En sus dos minutos de duración, el sismo de 8.1 grados derrumbó un total de 400 edificios, dejó a otro millar listos para ser demolidos y destruyó líneas telefónicas y telegráficas, la electricidad fue cortada, el transporte se colapsó dejando a la ciudad durante horas incomunicada con el exterior dejando solo esa oportunidad para los radios de onda corta y carretera.
Con epicentro en las costas de Michoacán, las placas tectónicas de Cocos y Continental, se deslizaron violentamente, la onda de choque tardó casi dos minutos en atravesar las sierras, subir hasta el altiplano y golpear a la capital.
El saldo fue de 3,962 muertos, pero las cifras extraoficiales señalan que fueron entre 10 y 20 mil las personas que perdieron la vida, así como 2 mil 831 inmuebles afectados cuya cifra por daños materiales ascendió a los 5 mil millones de dólares.
La ayuda no se hizo esperar, por lo que la misma ciudadanía atendió la emergencia realizando labores de rescate, refugio y preparación de alimentos para los damnificados.
Posteriormente, el mundo se desbordó en ayuda para el afectado país con toneladas de artículos como comida, medicinas, entre otros.
Según el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, el entonces presidente de Cuba, Fidel Castro, fue uno de los primeros en ofrecer ayuda, siguiendo los dirigentes de la ONU y los presidentes de Argentina, Colombia, Estados Unidos, España, Nicaragua y Venezuela, entre otros.
De aquel episodio resultó una nueva cultura de protección civil, reglamentos de construcción más severos, una sociedad civil que tomó el poder, y también un profundo y arraigado sentimiento de vulnerabilidad.
A 39 años de la tragedia, recordamos uno de los episodios más tristes del país, pero también al panorama de hermandad de la población mexicana, de la cual surgieron miles de héroes anónimos y que quizá, para este momento ya no existan en este plano terrenal, dejando como herencia aquella historia donde el país resurgió de las cenizas de la mano de su propia gente.