“Toqué en la narcoposada de los Beltrán Leyva”: la noche que cambió la vida de un músico mexicano

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Redacción / Grupo Marmor

Esa noche no había luces de escenario, ni boletos vendidos, ni fans coreando canciones. Era diciembre de 2009, y para José Carlos Salinas Rodríguez, conocido como ‘Charly Torrente’, vocalista del Grupo Torrente, todo parecía una presentación más. Él y otros músicos, entre ellos Los Cadetes de Linares y el legendario Ramón Ayala, habían sido contratados para tocar en una fiesta privada.

Pero la fiesta no era para cualquier empresario o político. Era para Arturo Beltrán Leyva, alias “El Barbas”, uno de los narcotraficantes más poderosos del país.

Una noche de música… y miedo
El evento se celebró en el fraccionamiento exclusivo de Los Limoneros, en Cuernavaca, Morelos. Para los músicos, las instrucciones eran claras: subir al escenario, tocar lo que se les pidiera y no hacer preguntas. Lo que ignoraban era que estaban tocando en una de las últimas fiestas del Cártel de los Beltrán Leyva antes de su caída.

En el lugar estaban también Édgar Valdez Villarreal, ‘La Barbie’, y otros capos del crimen organizado. El ambiente era tenso, pero festivo. Sin embargo, el show se interrumpió bruscamente.

Esa misma noche, comandos de la Marina ya tenían cercada la propiedad. Lo que siguió fue una ráfaga de gritos, disparos y caos. ‘Charly Torrente’ recuerda el momento exacto: “Estábamos detrás de Ramón Ayala, listos para entrar al escenario, cuando empezó el enfrentamiento. Hubo granadas, balas, cuerpos en el suelo…”.

Intentó esconderse en una habitación, pero una granada explotó cerca y quedó temporalmente sordo por la onda expansiva. La fiesta se convirtió en campo de batalla.

Lo que parecía una detención temporal se convirtió en una pesadilla burocrática y política. Él y otros músicos fueron trasladados a la SEIDO como testigos. Pero pronto dejaron de serlo: los acusaron de tener vínculos con el crimen organizado

Según Torrente, las autoridades exigieron 100 mil dólares por cada cantante para liberarlos. Algunos pagaron. Otros, como él, no. Y así comenzó un encierro de cuatro años en el Cefereso 4 de Tepic, Nayarit, sin pruebas concluyentes.

“Nos sembraron armas, nos hicieron pasar como si fuéramos parte de la fiesta. Pero solo estábamos trabajando. La guerra de Calderón necesitaba resultados, y nosotros fuimos el trofeo”, relata Torrente.

El gobierno federal, en su cruzada contra el narcotráfico, necesitaba mostrar capturas, operativos, golpes duros. Y la narcoposada fue el escenario perfecto para eso. Pero mientras los medios publicaban imágenes de supuestos criminales esposados, varias de esas personas solo estaban ahí porque les pagaron por cantar o servir comida.

Años después, la justicia determinó que no había pruebas suficientes contra ‘Charly Torrente’. Fue liberado, pero su carrera, su salud mental y su confianza en el sistema quedaron rotas.

Cinco días después, Arturo Beltrán Leyva fue abatido en un operativo militar. Murió solo, sin la ayuda de sus aliados. La fiesta fue su última celebración… y la trampa final

“Esa noche nos robaron más que la libertad, nos robaron la dignidad. Éramos músicos, no sicarios.”
— Charly Torrente