Hace solo unas horas, el expresidente Trump inauguró en plena selva de los Everglades, Florida, un nuevo centro de detención migratorio apodado “Alligator Alcatraz”… y sí, el nombre no es chiste.
Instalado en una antigua pista aérea abandonada, el centro está rodeado de pantanos, mosquitos y reptiles reales. La “seguridad natural” son los caimanes, las serpientes y el calor sofocante.
Las imágenes del interior muestran un panorama alarmante: tiendas de campaña improvisadas, baños portátiles, camas de metal pegadas una a la otra y cercas con púas. Según Trump, es una medida “efectiva y económica”… pero a los ojos del mundo, parece más un campo de concentración que un refugio humano.
Con capacidad inicial para 1.000 personas (y planes de llegar a 5.000), el proyecto ya enfrenta demandas por su impacto ambiental y las condiciones que muchos califican como crueles, inhumanas y peligrosas.
Trump lo llamó “la cárcel más segura del país” porque “los caimanes patrullan gratis”. Pero para activistas, defensores de derechos humanos y ambientalistas, esto es una violación a la dignidad humana en vivo y en directo.
Lo preocupante no es solo el lugar, sino lo que representa: una política migratoria que criminaliza, aísla y deshumaniza.