Julieta Coria/ Grupo Marmor
Cada año, la llegada del Día de Muertos en México se anuncia con la preparación de altares, ofrendas y rituales que buscan honrar a quienes ya no están. Uno de los momentos más significativos es la colocación de la primera luz y la primera flor en los altares, símbolos que guían a las almas de los difuntos en su regreso al mundo de los vivos.
El cempasúchil, conocido como la flor de muerto, se coloca estratégicamente en el altar para marcar el camino que las almas deben seguir. Su color naranja brillante y su aroma característico son elementos esenciales de la tradición, considerados como señales para que los difuntos puedan encontrar el camino de regreso a casa.
Junto a la flor, la primera vela o luz encendida representa la bienvenida a las almas, simbolizando la vida que persiste y el vínculo entre los vivos y los muertos. Esta práctica, que combina creencias prehispánicas y católicas, mantiene viva la memoria de los familiares fallecidos y refuerza la importancia de mantener la tradición.
Además, muchas familias complementan la ofrenda con alimentos, fotografías y objetos personales de los difuntos, reforzando la idea de que el Día de Muertos es un momento de celebración, memoria y respeto hacia quienes partieron.



















