El significado de la ofrenda de Día de Muertos: el altar que une el mundo de los vivos y los difuntos”

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Morelia, Michoacán, octubre de 2025. — En México, el Día de Muertos es mucho más que una fecha en el calendario; es una celebración de amor, memoria y espiritualidad. Cada año, a finales de octubre y principios de noviembre, los hogares se llenan de color, aroma y simbolismo con la colocación de la ofrenda, ese altar dedicado a recibir a las almas que regresan del más allá para convivir con sus seres queridos.

De acuerdo con la tradición, las familias comienzan a montar sus altares desde el 27 de octubre, cuando se recuerda a las almas solitarias o a las mascotas fallecidas.
El 28 de octubre está dedicado a quienes murieron de forma trágica, mientras que el 31 de octubre y el 1 de noviembre se reservan para los “angelitos”, los niños difuntos. Finalmente, el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, se recibe a las almas adultas.

Cada elemento en la ofrenda tiene un profundo significado. La fotografía del ser querido ocupa el lugar central, acompañada por velas que iluminan su camino y flores de cempasúchil, cuyo color y aroma guían a las almas hasta el altar. El agua simboliza la pureza y calma la sed del viajero, mientras que la sal protege al alma de la corrupción del cuerpo.

El pan de muerto, uno de los símbolos más reconocidos, representa el ciclo de la vida y la muerte, y la comida favorita del difunto refleja el cariño de quienes lo recuerdan. El copal o incienso purifica el ambiente y el papel picado aporta movimiento y representa el aire, uno de los cuatro elementos que completan el equilibrio del altar junto con el agua, la tierra y el fuego.

Más que un rito, el montaje de la ofrenda es un acto de amor y conexión espiritual. Cada vela encendida y cada flor colocada expresan el deseo de mantener viva la memoria de quienes partieron.
En palabras de los guardianes de esta tradición, “en México, la muerte no se teme ni se olvida; se honra y se celebra”.

Así, entre aromas de copal, pétalos de cempasúchil y el resplandor de las velas, las familias mexicanas transforman el dolor en recuerdo, y el recuerdo en fiesta. Porque el Día de Muertos no habla de ausencia, sino de presencia eterna.