Aunque muchas personas suelen confundirla con una fecha de caducidad, la “fecha de consumo preferente” que aparece en las latas de cerveza solo indica el periodo en el que la bebida mantiene intactas sus cualidades organolépticas: sabor, olor, textura y carbonatación. Una vez superado ese punto, la cerveza sigue siendo segura para beber, siempre que haya sido almacenada adecuadamente.
Uno de los elementos clave en su conservación es el lúpulo, ingrediente que aporta amargor pero también actúa como un agente antiséptico natural. Gracias a ello, la cerveza no suele estropearse con facilidad, pues este componente limita la proliferación de microorganismos en líquidos ricos en azúcares.
La industria cervecera, sin embargo, está obligada por normativa a incluir la fecha de consumo preferente para orientar al consumidor respecto a su mejor calidad. Según el portal especializado Sabeer, mientras la bebida se mantenga en buenas condiciones, sus propiedades se conservan sin cambios hasta llegar a esa fecha recomendada.
En cuanto a su duración, una lata sin abrir puede mantenerse en óptimo estado entre 3 y 6 meses. No obstante, cerveza con altos niveles de lúpulo es más sensible al calor y la luz, por lo que conviene beberla antes de dos meses, tal como señala el blog de Cervecería Golden.
¿Qué ocurre cuando se consume después de esa fecha? De acuerdo con especialistas, el riesgo para la salud es prácticamente nulo. Su ambiente químico —pH bajo, alcohol, dióxido de carbono y casi nada de oxígeno— evita que microorganismos patógenos puedan desarrollarse. El problema, más que sanitario, es de calidad: menos gas, aroma reducido o un sabor “rancio”.
Las cervezas ya abiertas también presentan cambios si se dejan reposar demasiado tiempo antes de beberse. Además, una mala conservación acelera el deterioro: exposición solar, temperaturas elevadas o lugares poco frescos dañan su sabor. La recomendación es almacenarlas en refrigeración, preferiblemente en la zona media, donde la temperatura es más estable.
