Aunque muchos asocian el lavado con agua caliente a prendas muy sucias, no siempre es la mejor opción. La mayoría de la ropa diaria puede limpiarse eficazmente con ciclos fríos o templados, lo que ayuda a conservar las fibras y ahorrar energía.
Sin embargo, hay casos donde subir la temperatura sí marca la diferencia. Textiles como ropa interior, pijamas, toallas y sábanas, especialmente después de contacto prolongado con el cuerpo, se benefician de lavados a 60 °C o más. Esto contribuye a eliminar bacterias, virus y otros microorganismos, reforzando la higiene en prendas de uso íntimo o frecuente.
En situaciones de enfermedades contagiosas dentro del hogar, aumentar la temperatura de lavado es aún más importante. La Organización Mundial de la Salud y autoridades sanitarias recomiendan ciclos con detergente y agua caliente para textiles en contacto con personas enfermas, por ejemplo, con coronavirus o infecciones cutáneas como la sarna.
Pero no todas las prendas soportan altas temperaturas sin dañarse. En esos casos, hay alternativas: ciclos más largos a la temperatura máxima permitida, secado caliente en la secadora o aislamiento temporal de la ropa en bolsas.
Para ropa de uso cotidiano con suciedad ligera, los lavados a 30-40 °C son suficientes, protegen los tejidos y disminuyen el gasto energético. Además, la eficacia del lavado depende no solo de la temperatura, sino también del detergente, duración del ciclo y un secado completo.
Conocer cuándo conviene usar agua caliente permite equilibrar limpieza, cuidado de la ropa y eficiencia en el hogar. Así, el lavado en caliente deja de ser la regla y se convierte en una herramienta puntual, útil solo cuando realmente se necesita.



















